Una fría tarde de invierno, Emma, mi hija de ocho años, estaba ansiosa por llevar a Toby, nuestro perro, al parque. Envuelta en su abrigo y bufanda, Emma corrió hacia el área abierta, con Toby pisándole los talones. Llevaba su pelota roja favorita y la lanzó lo más lejos que pudo. Toby, lleno de energía, corrió tras ella y la atrapó en el aire, volviendo felizmente hacia Emma.
Repitieron el juego varias veces, riendo y disfrutando de cada momento. En un momento, Emma encontró un pequeño montículo y subió a él, sosteniendo la pelota en alto. Llamó a Toby y le dijo que debía saltar para atrapar la pelota. Toby dio un gran salto y la atrapó, causando que Emma estallara en carcajadas.
Lo más divertido sucedió cuando Emma encontró un charco de lodo medio congelado. Sin pensarlo, lanzó la pelota directamente en el centro del charco. Toby se lanzó al lodo y salió cubierto de barro, con la pelota en la boca y una expresión de pura felicidad. Emma no podía parar de reír.
Decidimos que era hora de regresar a casa para darle un buen baño a Toby. Mientras caminábamos de regreso, Emma seguía riendo y diciendo que ese había sido el día más divertido en mucho tiempo. Esa tarde quedó grabada en nuestra memoria como una de las más alegres, con Emma y Toby siempre encontrando maneras de convertir un simple paseo en una aventura inolvidable.
Comments